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Crónica de las 1.825 cartas de amor

La rutina fue perfecta durante esos casi 5 años. Nunca varió ni en sábado ni en domingo. Despertarse a las 6 de la mañana, desayuno de 7 a 8, ejercicios de 9 a 12, descanso; almuerzo a las 13h00, y tarde para la lectura. En la noche a dormir a las 9, pero antes escribir aquella carta. Jornada tras jornada fue así durante 1.825 días. Sin familia, con un amor y con pocos amigos, cuando decidieron por él lo que sería su vida en esos cinco años, solo pidió que le hicieran llegar hojas de papel y algunos lápices, no esferográficos. También sobres de papel. Y así, al llegar la noche y antes que las luces se apagaran, con su lápiz escribía con su puño y letra una carta de amor; se recostaba de medio lado en su cama de media plaza y sobre una tabla del tamaño de las hojas colocaba una; así empezaba a poner cada oración que salía de su mente. Entre oración y oración, se recostaba sobre la almohada… soñaba con las palabras y las escribía. El tiempo para para plasmarlas también fue parte d

El único sí fue el último

Al igual que todas mañanas, llegué hasta su casa y esta vez no encontré el aroma a café. El silencio inundaba aquella estancia decorada con esmero y de pulcritud inapelable, aun así entré sin usar la alfombra. Dije su nombre en voz alta… una y otra vez mientras avanzaba por la sala. Nada, ninguna respuesta. La sala, el comedor, la cocina, el baño, el patio y en ningún lugar estaba. En los cinco años que la conozco nunca salía de casa sin dejar un nota y el café preparado. Esta vez ninguno de los dos.  Un solo sitio faltaba revisar, al lugar de la casa al que nunca había sido invitado: su dormitorio.  Subí las escaleras y vi la única puerta, entreabierta, ausencia total de ruidos; la empujé y se abrió así mismo en silencio. Allí está ella, acostada sobre el piso, nada a su alrededor, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía la pose que muestra las fotografías de las momias de Egipto.  Lo ojos cerrados y no se sentía su respiración. – ¿Estás bien? Pregunté  – ¡¡No!! Me