Crónica de las 1.825 cartas de amor

La rutina fue perfecta durante esos casi 5 años. Nunca varió ni en sábado ni en domingo. Despertarse a las 6 de la mañana, desayuno de 7 a 8, ejercicios de 9 a 12, descanso; almuerzo a las 13h00, y tarde para la lectura. En la noche a dormir a las 9, pero antes escribir aquella carta.

Jornada tras jornada fue así durante 1.825 días. Sin familia, con un amor y con pocos amigos, cuando decidieron por él lo que sería su vida en esos cinco años, solo pidió que le hicieran llegar hojas de papel y algunos lápices, no esferográficos. También sobres de papel.

Y así, al llegar la noche y antes que las luces se apagaran, con su lápiz escribía con su puño y letra una carta de amor; se recostaba de medio lado en su cama de media plaza y sobre una tabla del tamaño de las hojas colocaba una; así empezaba a poner cada oración que salía de su mente.

Entre oración y oración, se recostaba sobre la almohada… soñaba con las palabras y las escribía. El tiempo para para plasmarlas también fue parte de la rutina, pues desde el momento en que podía llegar a su cama hasta el rato que todo quedaba a oscuras apenas tenía 45 minutos. Cada una de las cartas fue escrita en ese tiempo.

Para lograr que cada carta en ese tiempo, durante todo el día en cada actividad, mientras sentía que al menos 10 pares de ojos lo miraban, en su mente se acuñaban las ideas de lo que en la noche escribiría… en su mente forjaba las oraciones y se las aprendía de memoria, una a una.

El primer párrafo de su primera carta en su primer día fue el más complicado de todos y con un gran esfuerzo quedó así:

“Amor mio: Esta primera carta no es para contarte mis lamentos, estas palabras son para que tengas la confianza que cada día que estemos alejados se acercará el momento en que volvamos a estar juntos. Aquí y ahora me hago la promesa de escribirte mis sueños y anhelos, en los que pondré todo el amor que siento por ti, así cada vez que me leas sepas que aun vives en mi corazón a pesar de lo distantes que estén nuestros cuerpos. Tuyo" 

El segundo día, al reconocer un poco su nuevo lugar de residencia, supo que la empresa de correos había colocado un buzón. Sintió alivio pero tenía que cumplir una condición para usarlo: una tercera persona debía leerla antes de cerrar el sobre y ponerlo en el buzón. No le importó.

Durante los 1.825 días que escribió cartas nunca recibió una respuesta y no le asombraba, tampoco las esperaba, pues sabía a la perfección que ella jamás se tomaría el tiempo para contestar, no era su estilo. La no respuesta jamás le desanimó y cada vez escribió con más sentimiento y dedicación. Y el día antes que se le cumpla el plazo, escribió la penúltima carta, al igual que las anteriores 1.823 cartas, del bolsillo de su chaqueta sacó una foto de ella, que estaba emplasticada para evitar el deterioro de la imagen de su boca y sus manos enviándole un beso; la colocó a un lado de almohada y empezó a plasmar en el papel lo que todo el día había pensado:

"Amor mio: Tal como te había comentado en mis cartas anteriores, llegó el día que por fin podré salir de aquí para ir directamente a encontrarme contigo. No sabes tú cuando deseo que llegue ese momento y desde este rato empiezo a contar los minutos. No me invade la desesperación, creo que debo mantener la calma para que nada dañe el gran momento que nos espera en nuestro reencuentro.
Gracias al amor que siento por ti, pude mantenerme alejado de las duras realidades que debí enfrentar y con ello demostrar que mi mente al estar ocupada pensando en ti, me dio la suficiente fuerza para afrontar con calma el día a día de este encierro. 
Nadie como yo para saber que el amor puede ser tan fuerte o débil, cuando debe superar no la prueba de las dudas, sino los límites de la distancia. Mi amor por ti cada día se hizo más fuerte al saber que tus besos en esa foto me acompaña estarán allí cuando definitivamente estemos frente a frente. 
Hoy al pensar en tus futuros abrazos, no hago más que preparar los míos. Sueño en que nuestro primer abrazo será tan fuerte como aquel día que nos despedimos, pero esta vez lloraremos de alegría y no de tristeza como el día que supiste que debía alejarme de tu lado por obligación. 
Mis brazos te esperan amor mio. Antes que terminar esta carta quiero que sepas que la última que te escriba desde aquí te la llevaré yo personalmente para entregarte con el más fuerte de mis besos y la seguridad que ya jamás me alejaré de ti. Tuyo" 

Justo al doblar la carta para meterla al sobre, la luz se apagó y con la penumbra de algún foco de exterior, pudo hacerlo. La guardó bajo su almohada, tomo la fotografía de ella y a pesar de que casi no la distinguía, la besó… una lágrimas salieron de sus ojos. Trago saliva y se acostó, poniendo la foto en su pecho como si la estuviera abrazando. Solo debía dormir hasta esperar que amanezca y se cumplan sus cinco años de cárcel. Y así fue, amaneció.

Cumplió la actividad de rutina que sería la última, según vio en su calendario pegado en una de las paredes de su celda. Tachó la fecha. En el momento del descanso, tomo la carta que había escrito la noche anterior y fue hacia la oficina del jefe de los carceleros, a un lado estaba una ventanilla y tras ella en un escritorio un guardia; extendió el sobre abierto y el guardia lo tomó, sacó el contenido y lo leyó tan despacio como pudo, tratando de encontrar algún detalle que pusiera en riesgo la seguridad. Terminó de leerla y la devolvió al sobre, en un movimiento mecánico y sin mostrar ningún tipo de sentimientos, puso goma en los bordes del sobre, lo selló y colocó la estampilla; la introdujo en el buzón.

Pasó el día tal cual ocurrió durante sus cinco años de condena. Llegó la noche y escribió la carta número 1.825, que esta vez sería la más corta de todas y que la entregaría personalmente:

"Amor mío: Nunca te dejé de amar. Ven, abrázame y bésame. Sigo siendo tuyo"

El último amanecer le esperaba en medio de esos muros que como única puerta tenía unos barrotes y ninguna ventana. Se durmió nuevamente abrazando la foto de su amada. Llegó la mañana y de acuerdo con las instrucciones recibidas, debía cumplir la rutina de la mañana, pues en la tarde se realizarían todos los trámites para que pudiera salir en libertad. Así lo hizo y en la tarde, en su celda empezó a arreglar sus pertenencias, que las guardó en una bolsa de lona. El uniforme azul que por cinco años había llevado, estaba doblado junto a la almohada y una cobija, pues debía entregar esas prendas al salir.

Se sentó en el filo de la cama y con la mirada pasó revista a aquella celda para tratar de descubrir si olvidaba algo, hasta que recibiera nuevas instrucciones.

La carta, la última carta, y la foto estaban metidas en su camisa que le entregaron con el resto de su ropa que estuvo en alguna bodega del recinto carcelario. Llegó entonces uno de los carceleros y le dio dos sobres; solo le dijo: “Tienes 5 minutos para presentarte en la oficina central”. Se dio la vuelta y desapareció.

Muchos de sus compañeros presos llegaron para despedirse. Uno de los sobres tenía la comunicación oficial que confirmaba que había cumplido su sentencia; tenía todas las firmas y sellos necesarios. El otro, escrito a mano su nombre y en que pudo reconocer la letra de su amada, lo llevó hasta su nariz y lo olió, pero no lo abrió.

Se cumplía el plazo en que debía estar en la oficina y no quería tener problemas justo antes de salir, de todas maneras seguía siendo un reo. Llegó hasta la oficina central y el guardia de la entrada le dijo que esperara hasta que el Director le recibiera. Él aprovechó ese tiempo para sacar el sobre de su amada y leerlo. Supo lo que decía por lo corto de su contenido y antes que pudiera reaccionar, fue llamado para que entrara a la reunión con el Director de la cárcel.

Frente al escritorio, el Director le dio un breve discurso de despedida. Seco, como si fuera aprendido de memoria y terminó diciendo que no quería volverlo a ver por allí. Le extendió la mano y le deseo buena suerte. El simplemente bajó la mirada y dio las gracias. En seguida entró un guardia y le tocó el hombro, regreso a ver, dio media vuelta y siguió a su custodio. Caminaron por unos 10 minutos por un sinfín de pasillos, entre los cuales había puertas de barrotes para separarlos. Llegaron, sin decir palabra, hasta la puerta de entrada y entraron a una oficina en que otro guardia estaba apuntando algo en un libro. Alzó ver, extendió la mano y pidió el documento de excarcelación. Le hizo firmar en otro libro y se escuchó un ruido de una gran puerta abriéndose. Los guardias se despidieron de él con suma cortesía y también le desearon suerte en su nueva vida.

Durante todo este trayecto, jamás dijo una sola palabra. Su mirada estaba fija en el frente y su mandíbula reflejaba la fuerza que ejercían sus dientes en una especia de mordida fuerte al vacío.

Cuando al fin sus pies estuvieron a otro lado del gran portón y sin sentirse en dio de los grandes muros de esa cárcel, se paró firme, sacó de su bolsillo el oficio y la carta, puso frente a sus ojos los dos, en el uno quedaba demostrado que su cuerpo tenía libertad y en el otro que sus sentimientos habían sido condenados a cadena perpetua.

Guardó el oficio con esmero, pero sacó la carta número 1.825 y junto al otro papel simplemente los dejó caer. Al topar piso pudo leer por última vez las palabras de su amada junto a la carta que le había escrito.

Las dos cartas se fundieron: “Nunca te dejé de amar. Ven, abrázame y bésame” … “Lo siento, mi amor no fue tan fuerte como el tuyo. Adiós para siempre”.

Comentarios

  1. Me gusta, solo que el titulo debería ser cadena perpetua... así andamos muchos por la vida...

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  2. 1825 acciones que ella tubo en no contestar ni una carta fueron suficiente, para que el supiera, que el amor de ella nunca fue tan fuerte.Me Gusta.

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  3. 1825 veces que han sido superadas por mi alocado cronometro que tiene pensamientos encontrados y en cuenta regresiva

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